El gas radón es una sustancia de esas que demuestra que no todas las sustancias naturales son sustancias saludables. Y es que suele asociarse lo natural a lo “bueno para la salud” o como mínimo, suele pensarse que no es perjudicial. Está claro que si pensamos en algo tan natural como el sol cualquiera sabe que la exposición excesiva a sus rayos nos puede causar muchos problemas ¿Y qué hay sobre el gas radón?
El gas radón es liberado por muchos de los materiales de construcción que se utilizan habitualmente, pero éstos son una fuente minúscula y casi despreciable comparados con la emisión de gas radón por parte del propio terreno que sustenta nuestros edificios. Hay terrenos que generan mucha más cantidad de radón que otros, y es por eso que según nuestra ubicación geográfica la influencia de dicho gas puede ser muy diferente. Por ejemplo se han encontrado concentraciones extremas de radón en espacios interiores de Suecia y Finlandia (5.000 veces más altas que en el exterior), así como en Gran Bretaña y Estado Unidos (500 veces más).
El problema es que el gas radón es inodoro, insípido e invisible. Se suele acumular sobre todo en las plantas bajas y sótanos de los edificios, debido a que el terreno donde se ubica el edificio libera radón y no existe suficiente ventilación en esos espacios para evacuarlo adecuadamente.
Se calcula que el radón puede ser responsable de hasta el 50% de la radiación que recibimos a lo largo de la vida por fuentes naturales, y que, después del tabaco, puede ser la segunda causa de cáncer de pulmón. ¿Pero qué podemos hacer para evitar al máximo la exposición?
En principio, nuestra ubicación geográfica es fundamental para conocer cual es el posible nivel de radón al que nos exponemos. Por ejemplo, en España, la UNED y el Consejo de Seguridad Nuclear publicaron en 2013 un mapa con las zonas del territorio español con más presencia de radón en sus edificios. Como podéis observar hay zonas donde no existe riesgo (o el riesgo es menor) y zonas donde es muy habitual la presencia de gas radón en interiores. Las diferencias de unas zonas a otras provienen del tipo de terrenos. Las áreas con presencia de terrenos hercínicos son las más propensas a generar radón debido a la presencia de altas concentraciones de elementos de la cadena del uranio. Galicia, Extremadura y parte de Castilla y León, Andalucía y Asturias se llevan la peor parte.
Se consideran peligrosas concentraciones medias anuales de gas radón en interiores superiores a 300 Bq/m3, y esas son las zonas que se marcan en el mapa.
Por lo tanto, después de conocer nuestra ubicación geográfica, lo fundamental es algo tan sencillo como: VENTILAR, VENTILAR y VENTILAR
Evitar el gas radón
¿Y cómo lo hacemos? Lo ideal es que el edificio sea diseñado directamente para resolver el problema del gas radón sin necesidad de preocuparse constantemente en realizar ciertas operaciones de ventilación. Se trata de cuestiones tan sencillas como diseñar las plantas bajas y sótanos de la siguiente forma:
- Si es posible realizar siempre los edificios con forjado sanitario (es decir con una cámara de aire ventilada que los separe del terreno)
- Sellar herméticamente las grietas existentes alrededor de de las conducciones, paredes y suelos.
- Colocar láminas de polietileno impermeabilizantes (algo que suele hacerse ya para evitar la humedad)
- Bajo la solera de planta baja o sótano crear una red de ventilación natural a base de ladrillos perforados y extracción mecánica
- En sótanos, disponer siempre con ventilación mecánica continua (aunque la legislación actual ya obliga a tenerla)
- En zonas muy expuestas colocar detectores de radón para controlar que no se superan los niveles máximos.
En el caso de viviendas ya existentes, como ya he dicho, lo fundamental es VENTILAR SÓTANOS y PLANTAS BAJAS, sea manualmente o con sistemas mecánicos que podemos añadir fácilmente.
Así que ya lo sabéis: el gas radón está ahí de forma natural, sólo hay que evitar que se acumule en casa.